jueves, 23 de abril de 2009

MECÁNICO DEL ALMA

Una vez iba un hombre en su coche por una solitaria carretera cuando de pronto su coche comenzó a detenerse hasta quedar estático. Bajó y trató de averiguar que tenía, pensando que pronto podría encontrar el desperfecto, pues hacía muchos años que lo conducía; sin embargo, se dio cuenta de que no encontraba el fallo. apareció otro coche, del que bajó un señor a ofrecerle ayuda. El dueño del primer coche le dijo: -Mira este es mi coche, lo conozco y no creo que tú sin ser el dueño lo puedas o sepas hacer algo. Insistió y se puso manos a la obra, encontrando en pocos minutos el fallo. El dueño del coche le preguntó:-¿Cómo pudiste arreglar el fallo si es MI coche?. Le contestó:-Verás,yo inventé el motor rotativo que usa tu coche.

Cuántas veces decimos:-"Esta es MI vida; este es MI destino..." !Déjenme a mí sólo que puedo resolver el problema! Pero... ¿Quién hizo la vida? ¿Quién nos ha creado? Sólo Aquel que es el autor de la vida y del amor, puede ayudarnos cuando nos quedemos tirados en la carretera de la vida. Al ponernos delante suyo no podemos menos que llenarnos de asombro. Os dejo sus datos por si alguna vez necesitáis a un excelente "mecánico":

Nombre: DIOS
Dirección: TODO LUGAR
Horario: 24 h/día, 365 días al año por toda la eternidad
Garantía: POR TODOS LOS SIGLOS
Respaldo: ETERNO
Teléfono: No tiene. Baste con que pienses en ÉL con FE.




miércoles, 22 de abril de 2009

Logo SAFANA 2009

Con este logo y guiados por M. Cecilia los jóvenes SAFANA queremos hacer nuestro itinerario hacia Cristo.
AMOR A CRISTO, AMOR A LA IGLESIA Y AMOR A NAZARET.

domingo, 19 de abril de 2009

"Me caes muy bien, Tomás" por D. Daniel Padilla

A mí, qué quieres que te diga, me caes muy bien, Tomás. Quizá sea por la cuenta que me trae, ya que me siento muy retratado en ti. O simplemente porque comprendo las sucesivas etapas de tu actitud. Ya lo sé desde siempre, y basándonos en las mismas palabras, te hemos llamado "el incrédulo". Y nos hemos quedado tan anchos. Pero estoy seguro que el "tono" que empleó Jesús -"no seas incrédulo"-, fue un tono afectuoso, de exquisita amistad, con una gota de ironía. Como si te dijera: "¡Vaya Tomás, te ha tocado sufrir! ¡Lo siento! ¡Ya pasó todo! ¡Ven a mis brazos, incrédulo!" Por eso, me caes bien. Y, lo repito, comprendo todos tus pasos.
Primero. Tu huida. El evangelio dice sin explicaciones: "Tomás no estaba con ellos". ¿Habías huido? ¡Qué va, por Dios, que va! Tú, simplemente, no podías soportar la cháchara de tus compañeros que repetían y repetían: "Y ahora, ¿qué hacemos?" Empezaba a invadirte una agobiante claustrofobia entre aquellas paredes. Y abriste la puerta y... saliste. Sin más. Para llorar a solas. Para seguir dando vueltas en tu cabeza a los recuerdos. Para tratar de reconstruir, sobre el propio terreno, los pasos de Jesús. Para tratar de entender cómo lo pueden dejar tan sólo. No. Tú no huiste.
Segundo. Tu rabia. Lo tuyo no era falta de fe. Lo tuyo era "rabia". (Y perdona que interprete así tus famosas palabras: "Si no meto mis dedos en las llagas... no creo".) Eso era rabia. Una rabia infinita y terrible. Una gran contrariedad. Y tus palabras fueron como esas papeletas que hacemos todos, cuando todo nos sale mal. ¡Sales un momento a rumiar las cosas con más sosiego, con más intensidad, y, en ese momento aparece Jesús. Y, encima, tus compañeros, como chicos con zapatos nuevos, te pasan la miel por los labios: "¡Hemos visto al maestro! ¡Hemos visto al maestro!". Te descentraste, eso fue todo. Y soltaste todos los disparates que se te ocurrieron. Eso es lo que solemos hacer todos cuando aquello que más queremos presenciar, al fin ocurre, ¿y nosotros?
Tercero. "Señor mío y Dios mío". Pero lo que de verdad me entusiasma de ti, y me enternece, y me llena de envidia, son las palabras que tú, "estando con ellos", pronunciaste, "a los ocho días": "Señor mío y Dios mío". Son las palabras de un verdadero creyente. Son la llegada y entrega de alguien que ha recorrido un difícil itinerario de fe. La rendición de un luchador que se humilla sin condiciones. Son palabras que tienen el mismo carisma que el "Qué quieres, Señor, que haga" de San Pablo o aquellas de San Agustín: "¡Qué tarde te conocí, hermosura siempre antigua y siempre nueva!". Son la oración-síntesis de un alma orante. Contienen el reconocimiento de que, sin Jesús, no podemos nada de nada. "¡Señor mío y Dios mío!" ¡Qué hermoso ejercicio repetirlas cuando nos hemos pasado de rosca y deseamos volver al buen camino! ¡Qué bello decirlas esas noches que nos sentimos muy cansados y no tenemos ganas de hacer una oración larga!