domingo, 21 de diciembre de 2008

falta poco, ¿que nos dirá el Señor?

¿Piensas que vas a ser tú el que me construya una casa para que yo habite en ella?
2Samuel 7,5
Construimos Iglesias magníficas, adornamos nuestros oratorios en la mejor manera, para acoger al salvador, para darle un lugar "digno" de su presencia...luces, lucesitas, arboles, colores, pesebres fantasticos, todo el tiempo de adviento nos hemos preparado, esperandolo, deseando su venida... pensamos en nosotros mismos intentando limpiarnos y librarnos de nuestros pecados, para construir una casa que sea capaz de acoger a nuestro Señor...y el único que Él nos puede decir, con una ligera sonrisa en los labios, es: ¿Piensas que vas a ser tú el que me construya una casa para que yo habite en ella?...como puedes pensar de construir con tus solas fuerzas algo que sea bastante digno para recibirme? ...pues no, desde luego, ¡nuestros esfuerzos son inútiles! La única casa adapta para ti ha sido Maria, lo ha sido a Nazaret y siempre lo sará, la única casa digna para ti es una chica pequeña, povera y humilde...quizás ella es la sola que nos puede ayudar a construirte una casa.

"Denme un punto de apoyo", por D. Daniel Padilla

Hemos leído y comentado tantas veces el pasaje evangélico de hoy, hemos admirado tanto la frescura del lienzo de Fray Angélico en su Anunciación, que quizá nos hemos "acostumbrado al suceso". ¿Qué el Ángel Gabriel fue a una doncella de Nazaret y le anunció que iba a ser la Madre de Dios? ¡De acuerdo! ¿Qué María contestó: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí..."? ¡De acuerdo! Y nos damos por enterados. Pero ¿no hay nada más? ¿Ahí termina nuestra reflexión?
Déjenme que les diga. Se trata del acto de fe y confianza más grande que se haya podido dar en una criatura humana. Dénse cuenta. Así, de buenas a primeras, a esta doncella, "que no va a conocer varón", un ángel le dice: "Concebirás en tu seno al Hijo del Altísimo". Ese Hijo "reinará en la casa de Jacob para siempre", puesto que "su reino no tendrá fin". Y todo esto sucederá "por obra del Espíritu Santo, que te cubrirá con su sombra". Así. Palabra tras palabra, como quien no dice nada.
Créanme. Lo normal, lo lógico, es que María hubiera contestado: "No entiendo nada. Estoy hecha un lío. Camino por un valle de tinieblas, por tanto, renuncio".
Pues, he ahí la maravilla. "María se turbó", eso así. Pero, después, dijo: "He aquí la esclava del Señor. Fiat". Lo repito. Se trata del acto de confianza más grande que haya podido hacer una criatura humana.
Ustedes lo saben. Vivimos en un mundo, en el que se nos educa para la desconfianza. "No te fíes ni de tu padre", solemos decir. Y una vez oí a un padre que se lo decía a su propio hijo, ante mi asombrada tristeza.
Y en ésas estamos. Desconfiamos de la Naturaleza, que es imprevisible y arrolladora, con sus tormentas y sequías, con sus fieras y con sus seísmos. Desconfiamos del hombre, que se vuelve ladrón y violento, que asesina y pone en marcha los terrorismos más increíbles, que se vale de la droga y los negocios sucios para desequilibrar las economías, aumentar las injusticias y llenar la vida de enfermedades, divisiones o inseguridades.
Desconfiamos de todo: lo moderno y lo antiguo, lo natural y lo artificial, lo tecnificado y lo caduco. Ese es el "clima".
Pues, vean. María, que no entendió casi nada, se fió. Hizo vida en sí lo que más tarde diría Pablo: "Yo sé muy bien de quién me he fiado".
Esa es la lección del evangelio de hoy. El hombre "necesita un punto de apoyo, para mover su mundo". Ese punto es tener "Alguien" en quien fiarse y "desde el cual" poder llevar la confianza a los demás. Necesita convencerse de que "en Dios vivimos, nos movemos y existimos". Que "no ocurre nada sin licencia del Padre celestial". Que todo nuestro jadeo y ajetreo ocurre siempre en la geografía providente e inabarcable de las manos de Dios. Y que, eso "aunque caminemos por un valle oscuro, ningún mal debemos temer".
Pero, además, debemos llevar la confianza a los demás. María, una vez que se abandonó con su "hágase en mí" en las manos de Dios, se salió de sí misma y se llegó a la montaña, a llevar a su prima los frutos de su confianza. Por eso, su prima la saludó así: "Dichosa tú, porque has creído". ¿Más claro aún? Adviento es confiar en Dios que viene "¡Oh Emmanuel!" Y después, salir por ahí, al aire y al sol, cantando: "En Dios pongo mi esperanza y confío en su palabra".

domingo, 14 de diciembre de 2008

"Juan no era la luz, sino la voz", por Daniel Padilla

Juan "no era la luz, sino testigo de la luz". ¡Y bien que se lo sabía! Por eso, cuando los fariseos, entre asombrados y curiosos, le preguntaron "tú, ¿quién eres?", él les dijo: "¡La voz!" ¡Bien poca cosa! ¡Puro sonido, aire, caja de resonancia, instrumento, pregón de Alguien cuya silueta él trataba de bosquejar y anunciar! ¡Papel de paso! ¡De entrada y salida! Por eso, añadía: "Detrás de mí viene uno que es mayor que yo, al cual yo no soy digno de desatarle las sandalias". ¡Actor secundario, por tanto, de ésos que hacen "mutis por el foro", cuando llega el Protagonista! Yo no sé, amigos, si hemos llegado a calibrar toda la hondura y ejemplaridad de la figura de Juan. Pero creo que su vigor y su humildad hacen de él, el modelo perfecto. El cristiano consciente de su ministerio profético, tiene que "anunciar a Jesús". Pero, tratando de evitar, como Juan, dos extremos: uno, por exceso; y otro, por defecto.
Por exceso.- El padre que sabe que "es el primer educador en la fe de su hijo", el catequista, el predicador, anunciamos a Cristo, qué duda cabe. Pero se me ocurre que podemos caer, más de una vez, o en el divismo, o en la escenografía desorientante. En el divismo, si nuestro testimonio de Cristo se apoya "en palabras y posturas de sabiduría demasiado humanas". Si nuestros argumentos parten con exceso del convencimiento de que "yo soy el maestro", el que "enseña", por tanto, lo que yo diga "verdad es". Si, en una palabra, no pienso que yo también debo ser evangelizado, catequizado, alguien que ha de dejarse inundar por la luz. Y podemos caer también en la escenografía distrayente. Bien están, por supuesto, los signos y los símbolos. Bien están todos los medios audiovisuales y de comunicación. Pero uno tiene la sensación de que, con tanto montaje y proliferación de "cantos nuevos", tanta representación escénica y desfile de participantes, puede diluirse el verdadero mensaje de Jesús, puede quedar velada la luz verdadera entre nuestros escenarios y cortinajes.
Por defecto.- Podemos también pecar por defecto. Si pensamos demasiado que "Jesús lo es todo y yo no soy nada", que "El es la luz" y yo un "cero a la izquierda" y, además, opaco, puedo caer en la vagancia, en la tranquila desgana, en el abandono más irresponsable, en el colmo de los colmos que es la "no correspondencia a la gracia" de nuestra indudable vocación profética. Peligroso puede ser construir una homilía retórica y altísima, y "soltarla" de memoria. Pero más peligroso será no prepararla y no reflexionar sobre los textos sagrados que tengo que proclamar y servir. Erróneo puede resultar dictar unas normas "de libros" y "de carrerilla", sobre conducta humana, a los hijos. Pero más erróneo será creer que la moralidad y la conducta van a surgir en ellos "por generación espontánea". Tan eclipse de la luz puede ser el querer reinventarlo todo, basándonos en nuestra "reconocida sapiencia y experiencia", como ir a la catequesis, o al ambón, o al diálogo con los hijos, "como una tabla rasa", a lo que salga, echando al azar los dados al aire.
Juan sabía que "no era la luz". Por eso decía: "Yo no soy el Mesías". Pero también sabía que no podía cruzarse de brazos ante la continua llegada del Señor, sino que tenía que anunciarle. Y por eso decía: "Soy la voz que clama...". ¡La voz! Y ¡qué voz!

domingo, 7 de diciembre de 2008

"Como el barrendero", por Daniel Padilla

Les haré una confidencia. Me entusiasma el barrendero que trabaja en la zona donde yo vivo. No sé cómo se llama ni poseo ningún dato de él. Simplemente le observo. Y es tal el esmero que pone al barrer las calles y aceras que, más de un día, me he dicho a mí mismo: "Si yo, si todos, pusiéramos ese esmero en la parcela que nos ha correspondido en la vida, otro gallo nos cantaría. Cambiaría la vida".
Hoy me he acordado muy especialmente de él, al repasar las consignas de Isaías y de Juan el Bautista: "Preparen los caminos del Señor. Enderecen sus sendas".
Hace unos días observé aún más atentamente al barrendero. Soplaba un viento duro que desparramaba inmisericordemente las hojas secas que el buen hombre había amontonado. Pues, créanlo, sin ningún gesto de impaciencia ni contrariedad, corría detrás de las hojas, persiguiéndolas una a una, y volviendo a amontonarlas de nuevo. Era una imagen conmovedora y poética. Con su ancho vestido verde, parecía una inmensa hoja de otoño queriendo abrazar y cobijar todo aquel enjambre alborotado de hojas otoñales. Mi barrendero es de mediana estatura, joven y ya maduro, serio, y con un marcado perfil ascético. Y hoy, como les digo, al escuchar a Juan, me he acordado de él. Porque lo que pregonaba Juan es eso: que "barramos los caminos por los que suele venir el Señor".
Esa es la gran lección, no lo duden, de la liturgia de este domingo. El hombre, en su aventura individual, en su dimensión social, en su trascendencia religiosa, constata a cada paso que se va llenando de múltiples hojas secas, de constante barro acumulado, de baches peligrosos. Dejar que nuestros caminos "hacia dentro" o "hacia fuera", es decir, hacia nuestro personal perfeccionamiento o hacia las exigencias de compromiso que tenemos con los demás, se vayan deteriorando y ensuciando, es vivir de espaldas a la "venida del Señor". "No barrer bien los caminos" es pecado contra la urbanidad, contra el civismo y contra "el cuerpo místico de Jesucristo".
Somos "barrenderos de los caminos del Señor", no hay que olvidarlo. Se nos ha encomendado la limpieza de nuestra vida y el embellecimiento del mundo: "Una tierra nueva, unos cielos nuevos". Hay, además, campos muy concretos que, en algunas épocas, parecen estropearse muy especialmente. Es necesario cuidarlos.
Eso quería decir, Jesús cuando afirmaba: "Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios". Eso ha querido decir la ascética cristiana de todos los tiempos, cuando nos ha enseñado que, para llegar a Dios, hay que recorrer tres vías, la primera de las cuales se llama "purgativa", y pretende "limpiar, barrer a fondo" todo lo que esté manchado en nuestro camino hacia Dios. Eso es lo que han querido decir los Obispos españoles en su famoso documento "La Verdad les hará libres" sobre la "moralidad pública". Eso es, en fin, lo que contemplamos a cada paso "por la zafiedad a la corrupción". Sí. Es necesario barrer todo lo que desdice e impide que "caiga el rocío de lo alto y que las nubes traigan al Salvador".
Yo no sé si el barrendero de mi calle es creyente o no. No sé si sabe siquiera qué quiere decir "adviento". Pero les aseguro que, a mí, me ha ayudado a comprenderlo un poco mejor.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Cuando parece que todo está muriendo...

Los ojos más dulces que he encontrado, las sonrisas que más me han consolado, los seres que más me han encantado, todo ello no era más que un poco de tu belleza, que tú te complacías en mostrarme para que al verla me dijese: esto viene de dios...Dios mío, que bueno eres por haberme enseñado tu belleza en las criaturas! Dame la gracia de no verte más que a ti, sólo a ti en las criaturas...haz que siempre traspase los velos...
Carlos de Foucauld

El adviento es esperar, esperar lo que viene a nacer en está naturaleza tan fría, lo que se esconde detrás de las criaturas, esta belleza que trasforma... precisamente cuando parece que todo está muriendo. Estamos preparados, estamos a la espera, para ver tus signos, para ponernos en camino... para adorarte.